
En época de crisis tendemos a agarrarnos a lo primero que pillamos. La búsqueda de empleo o siquiera el hecho de posicionarnos ante esa búsqueda varía según lo que el mercado nos ofrece, es evidente. Cuando ese mercado pasa de 100 a 20 ofertas, nuestra posición se modifica, adapta y reorienta para conseguir poder optar a alguna de esas 20 ofertas. Bien, esa readaptación se puede dar de muchas maneras, positivas y negativas, obligando a replantearnos aspectos concretos como puede ser el ampliar el radio de búsqueda (buscamos ofertas fuera de nuestra ciudad, provincia, etc), ampliar el espectro de ese puesto de trabajo idílico a otro menos ideal pero que nos permita pagar las facturas, la hipoteca y tener lo básico, hacer algún curso que me posibilite buscar trabajo en otros sectores afines a mi objetivo…. pero, ante este reajuste, ¿qué hacemos con nuestros valores? ¿los reajustamos también, desaparecen o se mantienen intactos?
Podemos definir valor como una cualidad que confiere a las personas, cosas o hechos una estimación. El término se utiliza para nombrar a las características morales que son inherentes a un sujeto. Es decir, va en consonancia con el concepto de moral, de lo que es bueno / malo, en definitiva, tiene una connotación que va mucho más allá de si ese u otro trabajo me hace más o menos feliz, si no que es mucho más profundo. El concepto de valor aplicado al trabajo va desde los valores de la empresa como tal, sobre la que ésta se define y da forma, creando así también una marca específica (por ejemplo, Coca Cola = Felicidad) hasta los valores propios de las personas que trabajan para esa empresa y su congruencia. Un ejemplo claro, recurrente, un comercial que vende enciclopedias, va a intentar vender una enciclopedia a toda costa, porque ese es su trabajo y para eso le pagan, pero, ¿va a engañar a una familia, por ejemplo, para conseguir esa venta? Ahí entran en juego los valores de la empresa con los valores de la persona, y puede (o no) que entren en conflicto. Es a ese conflicto al que me estoy refiriendo. ¿Estamos asistiendo a una pérdida de valores personales y ciudadanos en pos de la consecución de un puesto de trabajo al cual agarrarnos cual clavo ardiendo? Un abogado defiende igual a una persona que a otra, tanto sea culpable o no, analiza los datos y procura que su cliente gane el juicio y quede libre, quedando fuera de discusión a veces el propio hecho motivante del juicio. Si en una oferta de trabajo nos piden que nuestro cometido sea vender, conseguir clientes, ganar juicios, etc, sin poner pararse a pensar sobre la honorabilidad de los hechos y los valores que estos implican, ¿seré capaz de dejar de lado mis valores para conseguir ese trabajo aunque sepa que me va a hacer infeliz a corto plazo?
Cuando el hambre y las facturas apremian es probable que los valores pasen a un segundo plano, pero cosas tan fundamentales como la justicia, la honestidad o la libertad bajadas a la tierra y trasformadas en la realidad laboral del día a día deben, al menos, si no defendidas, ser respetadas.
Una oferta de trabajo o un empleo que confronten nuestros valores más fundamentales y sobre los que asentamos nuestras creencias y nuestros pilares más sólidos de vida nos puede suponer no sólo un quebradero de cabeza si no un constante problema y angustia vital, una insatisfacción que de alguna forma deberemos trabajarnos. Cuando nos encontremos en una situación así tenemos dos caminos: abandonar o seguir. Ninguna de las dos opciones es mejor que la otra a priori, pues entran muchos factores en juego. Lo importante es elegir aquella que nos pueda hacer avanzar hacia lo que queremos, hacia nuestro objetivo a largo plazo. Mientras vayamos avanzando, nos iremos aproximando al objetivo, si nos estancamos, nunca lo alcanzaremos. Que los valores te sirvan como revulsivo en tu camino profesional y no como el ancla que te impida seguir hacia delante.