Todos los días somos acribillados por noticias recibidas desde múltiples medios de comunicación y la mayoría de ellas, si no todas, hacen referencia al momento actual de crisis en el que estamos inmersos, momento duro y complejo donde parece ser que el único ser afortunado es aquel que tiene un puesto de trabajo. Pero también hemos visto recientemente noticias en las cuales, para seguir la estela de negatividad que impregna el ambiente, podemos leer que la incertidumbre laboral aumenta el estrés en el 62% de los trabajadores o el aumento del concepto de presentismo laboral y cómo este provoca que nos quedemos más en el puesto de trabajo «por si acaso», según recoge este estudio de Randstad y confirman estas noticias.
Hoy por hoy, tener trabajo te garantiza tener un ingreso (pequeño, mediano o grande) durante un periodo (determinado o indeterminado) de tiempo. Y ya está. A nivel laboral estamos asistiendo no ya sólo a una pérdida de derechos sustancial reforma tras reforma, sino a la no valoración del trabajador/a como elemento principal del centro de trabajo. Porque ¿acaso una empresa funciona sin empleados/as?
Poner en valor al trabajador/a es algo que no ha estado muy interiorizado en la cultura empresarial española, y cada vez lo está menos. El concepto de recursos humanos no hace justicia a la definición de «recursos vivos e inteligentes capaces de llevar al éxito organizacional y enfrentar los desafíos que hoy en día se percibe en la fuerte competencia mundial»; hoy en día no existen recursos humanos, existen trabajadores reemplazables. Y es que la imperiosa necesidad empresarial de generar ingresos para poder mantener la existencia de la empresa dentro de unos estándares marcados está provocando que el trabajador/a esté a la cola de todo el proceso y, por ende, sea al que más le repercuta la fluctuabilidad de los ingresos de la organización para la que trabaja. No quiero decir ni mucho menos que cuando un/a trabajador/a no funciona bien en su puesto de trabajo no se haga nada. Pero hay que hacer un análisis de porqué esa persona no está funcionando, algo que se empezó a hacer dentro de los departamentos de RRHH pero que hoy por hoy, no se puede llevar a cabo por falta de tiempo: no hay tiempo para analizar porqué las personas no funcionan en su puesto de trabajo (con todas las interpretaciones que esto conlleva) porque si una empresa se pone a analizar eso, pierde tiempo, o lo que es lo mismo, dinero. Pero si los recursos humanos son el verdadero valor de la organización, hay que darles y reconocerles ese valor, sino es imposible que funcione. Y la situación actual no favorece en absoluto ese aspecto.
En España se ha tendido a desconfiar del trabajador/a. Creo que la novela picaresca ha debido de tener algo que ver, pero también creo que del siglo XVII hasta la actualidad la sociedad ha debido de cambiar algo para que ese pícaro que se reflejaba tan bien en la literatura de la época sea un personaje ya no tan generalizado. El hecho que quiero resaltar aquí es la idea de que a mayor satisfacción laboral mayor productividad, que aunque no sea una premisa que se acabe de integrar en la cultura empresarial, es cierta… y además la picaresca está un poco pasada de moda.
Si queremos que una empresa sea rentable, debe ser capaz de generar trabajo de calidad, diferenciado y que de imagen de marca competente. Y esto se consigue con una buena planificación de objetivos y metodología, con una excelente protocolización de funciones y tareas y, sobre todo, con un cuidado y verdadero equipo de recursos humanos, porque poner en valor a los/as profesionales de la organización es poner en valor a la propia organización.